domingo, 18 de diciembre de 2011

INVIERNO NEGRO



«Con sus guerras a cuestas y sed de triunfo emergerá de las tinieblas. Su mente llevará al emperador francés invasor, y el hechizo de la gran serpiente. Aprenderá de sus propios errores, para perfeccionar su aniquilación. Más el Hijo del Hombre vendrá, montado en corcel blanco para exterminarlo de una vez y para siempre». J. J. Cameron

De pié. Sobre la tierra que nos sostiene, vivos o muertos. Separado por la tenue cortina del éter mortuorio, entre mi yo y el más allá. Así. Así enfrentaba al pelotón de seis ratas del Holocausto. Atado de manos, fui enderezando mi cuerpo lentamente hasta erguirme por completo. Con los ojos bien abiertos observando sus oscuras caras en la ignominiosa noche de la muerte. Una potente luz me encandiló. No los odiaba. Sí lo que ellos representaban. El sometimiento del espíritu a una fuerza maléfica que cegaba toda comprensión a sus actos. La lengua bífida acariciando sus cascos. El poder hipnótico de la serpiente adormeciendo su presa para poder engullirla.
Era un sueño, sólo un sueño y nada más. Pero mi subconsciente disfrutaba el momento de mi anterior vida. Así decía mi registro de reencarnaciones que me precedieron. Sentí cargar los fusiles y respiré profundo elevando mi pecho. Si tenía que morir sería como hombre. Ese fue mi fin y lo acepto. Mi corazón estaba listo para recibir los golpetazos del diablo. Pero el alma que no duerme, presintió que regresaría para narrar la masacre más grande cometida por la soberbia. Sentí miedo, no pude evitarlo. Por mi mente pasaron los recuerdos de mi infancia y mis tres hijos que no sabrían dónde quedó mi cuerpo.
¡Disparen de una vez -grité- terminemos este juego macabro, que la rueda mágica seguirá girando y yo volveré para encontrarnos cara a cara, con los ojos puestos en cada uno y en libertad de igualdad decidamos quién tiene que morir y quién no, y juro no serán ustedes quienes decreten sobre la vida y la muerte malditos cerdos impíos, nos veremos en el infierno donde nunca debieron salir asquerosos naz...! (Se sintió el estruendo).
Al despertar..., todavía estaba muerto.

Derechos Reservados © Jorge Judah Cameron

jueves, 17 de noviembre de 2011

PISANDO TIERRA



Homenaje a la esencia cultural e ícono americano: Violeta Parra.
París, Abril de 1.964. Museo de Louvre.


Me paseaba con aplomo
elegancia y distinción,
tal cual era mi alta alcurnia,
por pasado y religión.

Bellas obras las más caras
que sin duda me mostraba,
en el Louvre yo era dandy,
al espejo yo le hablaba.

La más fina aristocracia
de una Europa medieval,
lo que resta es pura caca
sólo mezcla y carnaval.

–¡Buenas tardes buen señor!
(Un lacayo así me habló)
–¡Que disfrute de Leonardo!
Hay, por poco me gritó.

Negros pelos sin remedio,
Sudamérica es hedor,
los sudacas tercer mundo,
sin Givenchy y Cristian Dior.

–¡En el fondo a la derecha
ha llegado de otro lado,
una rústica arpillera
es precioso su tramado!

Me acerqué con avidez
no podía con mi genio,
que podía ser mejor
terminando este milenio.

Al mirar me sorprendí
gratamente me impactó,
sus pinturas y esculturas
su lindeza me avivó.

Ha nacido otra estrella
que seguro es de París,
Roma, Londres o Israel.
¡Imposible otra raíz!

¿Y yo dije, qué hace aquí?
¡Una obra de aborigen!
Quiero hablar con el gerente
duramente le exigí.

Al pasar a su despacho
el me habló correctamente,
que mañana luciría
en el centro bellamente.

¡Raudamente me marché!
No podía soportar
esta amarga humillación
de una india de otro mar.

Al salir ansiaba hablar
expresar mi desazón,
al lacayo del portal
lo llamé con atención.

¿Qué hace aquí esta mujer?
De tan lejos quién le dio,
garantías para estar
sólo aquí existe Dios.

Y el lacayo como nunca
el respeto le faltó:
–Yo le digo señor mío,
esa al mundo le cantó.

–Porque soy de ese país,
yo de frente le hablaré,
su ignorancia me perturba,
esa doña es mi mujer.

–Porque es mujer del pueblo
no de rancias monarquías,
y aristócratas cuadrados
de burgueses sin medida.

–La que usted le llama india
se llama Violeta Parra,
es la misma que respira
este aire de cigarra.

–Con nobleza y señorío,
hidalguía y distinción,
¿No ha leído usted a Neruda?
A Violeta le escribió.


Derechos Reservados © Jorge Judah Cameron